TURANDOT La vitalidad de la música de Puccini y el encanto de sus melodías hacen que esta ópera sea una de las más apreciadas y representadas en todo este mundo.

01 agosto 2009

La santa Rosa en el río de la Plata

Desde que comienza el mes de agosto no se oye en el muelle y en las fondas y en las tabernas del bajo en Buenos Aires, hablar de personaje alguno del almanaque que no sea santa Rosa. Los que no están en el secreto sospecharían que se trata de alguna fiesta religiosa a no ser la categoría de los comensales, su profesión y los juramentos católicos, aunque prohibidos por la iglesia, que a modo de adjetivo acompañan el nombre de la santa, al salir de boca de tanto marinero de tanta nacionalidad o con todas las nacionalidades juntas. Pero como no hay uno solo de los habitantes de esta ciudad que no esté en el secreto, semejante sospecha no tiene lugar, aún cuando se prescinda de los mencionados adjetivos y otros vocablos, en atención a la cultura poco académica de los que lo profieren.
El nombre de santa Rosa ha perdido entre nosotros su significado celestial, adquiriendo esta mas mundana ¡tempestad! que traducida a todos los idiomas, quiere decir buques perdidos, hombres ahogados, cargamentos averiados, espectáculos horribles, y todos los males marítimos imaginables.
En el año 1878 santa Rosa había pasado sin dar motivo a que se le prodigara los dicterios habituales, los que no por eso fueron menos abundantes ni menos enérgicos.
La población de la costa se había quedado desencantada y sus preparativos para comentar los siniestros acaecidos, sin aplicación.
Muchos marineros se volvieron locos de puro desorientados y algunas fondas fueron cerradas por inasistencia de los comentadores anuales.
Pero llegó el 1° de octubre y la santa que por razones de familia, había postergado la celebración de su aniversario, sin prevenir a sus admiradores, desencadenó sus vientos sobre las aguas dormidas, tomándolas de sorpresa.
Ni un juramento, ni una maldición, ni una frase náutica turbulenta precedió el trastorno.
El día había cerrado la puerta sin ruido, la noche vino en puntas de pies, y una nube viuda, viajera del sudeste, corrió despavorida por los cielos derramando su lluvia sobre el río como si fuera su difunto esposo.
Las aguas comenzaron a moverse y sus olas a corretear por la superficie, rezongando por el mal tiempo. El cielo parecía de prisa; el viento se lo llevaba indudablemente el noroeste.
Los grupos de sombras avanzaban hacia el cenit y corrían presurosos a ganar las fronteras del horizonte.
¡Terrible noche! el huracán silbaba en los mástiles de los buques y entonaba preludios de muerte en los cables tendidos. Las olas trepaban a la borda de los mas altos navíos y asomaban su cabeza crespa y espumosa para mirar con curiosidad si los camarotes estaban ocupados por sus víctimas.
Las ráfagas sofrenaban los ascos produciendo ruido espantoso de cadenas. La madera crujía, se retorcía, se quebraba. Las amarras gemían como los miembros de los herejes estirados en la tortura. Las anclas arañaban el fondo del río sin poder agarrarse y eran arrastradas por la embarcación que debían asegurar.
Los buques se atropellaban como combatientes con los ojos vendados; se precipitaban, se levantaban, se balanceaban, pero corrían sin descanso como arrebatados por las furias.
¡El viento silbaba en los mástiles y entonaba preludios de muerte en los cables tendidos!
Los murmullos de la voz humana se perdían en el fragor de la tempestad. Mirando a lo lejos se veía a la luz de los relámpagos abandonar la cubierta a los míseros marineros para hundirse en las aguas como sumisos obedientes a la fuerza que los empujaba.
Después, los fuegos apagados ocultaban las patéticas escenas de que cada embarcación era el teatro.
Los buques se habían dado cita en la costa y corrían afanosos a estrellarse en ella.
La noche continuó llena de ruidos siniestros que se perdían en el insondable abismo por falta de oídos que los escucharan.
Al otro día los cascos, los palos, los mascarones de proa, con sus caras grotescas y su expresión estática, se acercaban y se retiraban después de chocar en las toscas, con aquel juego incomprensible y estúpido de los cuerpos flotantes.
Las mercaderías desembarcadas por su cuenta y sin pagar derecho de aduana, desembarcaban de sus fatigas en la costa; se dejaban revolver por los curiosos, con la indiferencia propia de los objetos sin valor . Alguna madre desavenida con la fortuna se felicitaba en sus adentros, de ver tanto género mojado que debía venderse barato, y los almaceneros del paseo de julio, gente toda sin conciencia, habían hecho, ya el cálculo del líquido producto de tanto comestible averiado.
Las escenas de avaricia eran sin embargo perturbadas por la presencia de algún cadáver, que serio y magullado, reflexionaba boca arriba a cerca del paradero de su equipaje y de su vida.
¡Gran laberinto entre los pescadores y las lavanderas de la playa!
Mas tarde, la nómina de los buques perdidos y algunos otros detalles en los diarios.
Toda la población de la costa ha jurado que no caerá en la trampa del año que viene y que renegará en alta voz contra santa Rosa, desde el primer día de agosto hasta el treinta de octubre, para que la santa no se acostumbre a estas trasposiciones!...
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Eduardo Wilde. 1878
Cuento tomado del libro: PROMETEO & Cía.
Ediciones Anaconda. Abril 1938.
Biografía del autor en este mismo blog:
http://princesaturandot.blogspot.com/search/label/Eduardo%20Wilde
Pintura: Benito Quinquela Martín. Cementerio de barcos 1953
Material: Óleo sobre tela.
Medidas: 120 x 120 cm.Museo: Colección Rómulo Macció

6 comentarios:

LUX AETERNA dijo...

Que bien descripta la tempestad! es curioso como antes determinados fenómenos climáticos eran mas fuertes, yo recuerdo los antiguos inviernos que eran de frio de verdad, no nevaba pero hacía frio en serio, y no dudo que las Santa Rosas de antes eran mas fuertes que las de ahora.
Te mando un beso mi querido Pincesita

Adriana dijo...

Así es querido Lux. Tiene pasajes impactantes, visuales, me gusta la adjetivación de sus relatos; contundente.
santa Rosa aún hoy, aunque como vos decís no tan violenta, tarde o temprano llega.
Excelente cuentista ha sido Eduardo Wilde, nos ha dejado un gran legado.

Te dejo un beso grande.:-)

hatoros dijo...

ES HERMOSO COMO SIEMPRE LO QUE NOS OFRECES AL MISMO TIEMPO DESCONOCIDO. YA NO
POCO ANTES DE AGOSTO SUBIRÉ A LAS MONTAÑAS MI BARCO PARA QUE NO SE HUNDA. PASADO OCTUBRE VUELVO A B.A.
BESOS ADRIANINA

Adriana dijo...

Cuanta poesía en tu comentario querido HATOROS, me encantaron tus palabras. Beso grande.:-)

El último samurai bancario dijo...

Magnífica descripción. Se puede sentir como si uno mismo lo estuviera viendo desde la ventana. Me encantó la imagen. Bella conjunción una vez más.

Besos

Adriana dijo...

Si aún no leíste a Eduardo Wilde, tenés que hacerlo. Una maravilla sus cuentos.

Besis