Fernando se sentía enloquecer. Su hermana, sus tierras, todo arrasado por aquella fuerza bruta. Lo habían aniquilado. Una honda desesperación le torcía las fibras. Lo habían destruido a él mismo en algo más que su persona sin haberlo podido evitar. Lo habían destruido. Lo habían destruido. Lo habían destruido. Desesperada impotencia hacia lo consumado. Lo habían destruido. El mundo naceria o acabaría mil veces, y aquello no podía cambiar. Lo habían destruido. Fuera de sus manos, más allá de su acción, más allá de su exasperada angustia, estaba destruido para siempre. Destruido. Destruido. Destruido. Ahora comprendía que los hombres se exterminarán en la guerra.
Las lanzas coloradas (fragmento)
A. Uslar Pietri
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